miércoles, 27 de diciembre de 2006

Huellas



En el archivo de las fichas policiales, aquella huella digital estaba a oscuras y se encontraba sola, abandonada. Sentía nsotalgia de su mano madre, y sus líneas finas, delicadas, eran como un escorzo de su tristeza. Por eso, cuando se encendió la luz y alguien colocó a su lado una nueva huella, tal irrupción generó una alegre espectativa.
Una vez que el funcionario apagó la luz y cerró la puerta, la huella primera se atrevió a decir:
- Hola.
- Hola-respondió con voz ronca la recién llegada.
- Qué suerte que viniste. A esta altura, la soledad ya me resultaba insoportable. ¿De qué pulgar venís?
- De la mano de un periodista. ¿Y vos?
- Fuerzas represivas.
- Dura tarea, ¿no?
- ¿Por qué lo decís?
- Torutas, bah.
- Se habla y se publica mucho, pero no siempre es cierto.
- ¿Nunca?
- A veces sí. Reconozco que mi pulgar siguió un curso intensivo de picana.
- ¿Cuál es tu mejor recuerdo?
- Si te voy a ser franco, cuando nos encomendaron tareas administrativas. Allí no había llantos, ni puteadas ni alaridos. ¿Y el mejor recuerdo de tu pulgar?
- El tacto de cierto ombliguito femenino. Una colega francesa y el dueño de mi pulga estuvieron cubriendo los Juegos Olímpicos con variantes de yudo que los dejaron bastante complacidos.
- ¿Por qué te tomaron la impresión digital?
- Renovación de cédula. ¿Y a vos?
- Tres años de arresto. Derechos humanos, comisiones de paz, desaparecidos, todas esas majaderías.
- Y aquí ya ves, todos iguales.
- ¿Qué nos queda?
- Resignarse. Mi pulgar era ateo.
- Mi pulgar en cambio era creyente.
- Eso no importa. Después de todo, la mano de Dios no deja huellas.

lunes, 25 de diciembre de 2006


En un platillo de la balanza coloco mis odios; en el otro, mis amores. Y he llegado a la conclusión de que las cicatrices enseñan; las caricias, también.

sábado, 23 de diciembre de 2006

Dialéctica de mocosos

-¿Nunca?
-Nunca.
-Para ti, ¿qué significa la palabra nunca?
-Jamás.
-Ah, no. A mí "jamás" me parece mucho más categórico, negativo.
-Yo los veo como sinónimos.
-A ver si me entiendes. Piensa en la palabra "siempre".
-Pienso.
-Trata de encontrarle un sinónimo. No meras aproximacioes, como "permanente" o algo por el estilo, sino un sinónimo puro, certero, incanjeable.
-No lo encuentro.
-¿Viste? Si "siempre" no tiene un sinónimo puro, tampoco va a tenerlo "nunca", que es su oponente.
-¿Y "jamás"?
-Es una aproximación, apenas eso.
-¿Cuántos años tienes?
-Trece, ¿y tú?
-Doce y medio.
-¿Y por qué tienes siempre cara triste?
-Será porque estoy triste
-¿Nunca estas alegre?
-¿O jamás?
-He dicho nunca.
-¿Y cuándo empezaste a estar trite?
-La primera vez que la vieja me llevó de compras. Es muy desalentador ver tanta gente que mira y no compra.
-Yo he ido pocas veces, pero recuerdo que un sábado encontré a un viejo, como de treinta años, que no sólo miraba sino que también compraba.
-Sería un turista.
-Puede. En pleno verano se compró una bufanda y todos empezamos a sudar. Y eso que yo jamás sudo.
-¿No sudas nunca?
-Dije jamás.
-Sorry.
-Pero ¿qué es lo que te da tristeza?
-Ver a la gente tan abandonada enfrentándose a la vidriera como si contemplaran una camisa, cuando en realidad están usando el cristal como espejo.
-¿Tú te miras?
-¿Para qué? Ya me sé de memoria.
-Te aseguro que hay gente que compra. O por lo menos entra en algún puesto.
-Sí, entran al boliche de una gran confitería, y al rato salen chupando un caramelo.
-Y bueno, la tristeza es dulce.
-También me entristece ver a las empleadas, todas planchaditas, mirando con ansia a los muchachos de atuendo deportivo que recorren invictos las avenidas de compras.
-¿Ansia o seducción?
-Cuando el ansia es invasora no queda sitio para la seducción.
-Qué frasecita, eh. ¿Sabes lo que ocurre? Lo que ocurre es que tú, además de triste incurable, eres un pesimista del carajo.
-¡Si tu abuela te oyera ese vocabulario!
-Bah, mi abuela es más posmoderna que tu y que yo. A menudo dice palabras como pelotudo, mierda, coño, hijo de puta, enchufe.
-Enchufe no es mala palabra.
-En su caso sí lo es, porque la dice escupiendo.
-¿Juegas al fútbol?
-Por supuesto. Soy golero.
-¿Te han metido algún gol?
-Nunca.
-¿O jamás?
-No, aquí es nunca, porque una sola vez me metieron un gol pero fue de penalti.
-¿Qué vas a ser de grande? ¿Futbolista?
-No, ingeniero como mi viejo. ¿Y tú?
-Deshonesto
-¿Como tu viejo?
-Sí, pero un poco más profesional.
-¿No tienes medio de caer en cana?¿Nunca?
-Jamás



Se trata de un relato extraído del libro "El porvenir de mi pasado", escrito por Mario Benedetti, cuyos varios capítulos reeleré junto con vosotros durante varios días. Espero que os gusten y que os hagan reflexionar conmigo.

martes, 19 de diciembre de 2006

Slipping away

lunes, 18 de diciembre de 2006

Tu reflejo



Me hace gracia. Todos los días nos miramos al espejo y no somos capaz de ver más allá de nuestra nariz, sin embargo cuando salimos a la calle somos capaces de juzgar a las personas con las que nos encontramos de un solo vistazo. A eso se le llama ignorancia. Por lo menos eso me parece a mí. Presumimos de ser personas libres, y nos tomamos la libertad como instrumento para decir, pensar y optar por lo que nos da la gana. Pero no nos confundamos, nuestra libertad termina en la libertad de los demás.
A lo mejor no nos damos cuenta de este simple hecho, simplemente es respeto. Y somos tan poco respetuosos con nuestros semejantes, incluso con nosotros mismos.
Me pregunto si realmente concedemos el valor que se merece nuestra libertad. A mi, a menudo, me cuesta.
La verdad es que no sabía muy bien como comenzar, y aún sin terminar estas líneas ya intuyo que me alejo de mi primer objetivo sobre esta entrada. Así que seguiré con el desvarío de mi pensamiento.

Colgada del teléfono, como si esa larga distancia recogida en el aire fuese la nada, un desierto que no ilimitado sino consciente de cuán lejos puedes estar de lo que necesitas y de lo cerca que tienes el no necesitarlo. Estamos condenados a ser libres, condenados a elegir...¿qué es lo que elijo yo? Mi soledad, la elijo, la toco, la abrazo, me regocijo entre sus sonrisas y sus llantos, pero no alcanzo a besarla. Sentirme libre, sí, soy capaz...amar mi libertad, aún me cuesta. Es lo que tiene, como diría alguno, va, tu eres así, es normal en tí...

Cuando percibes algo innato en tí, algo que sabes que sólo te pertenece, pero no estas satisfecho con que sea así, lo quieres cambiar, está ahí, da lo mismo el esfuerzo, continuará, lo aceptas, ¿pero como lo puedes llevar contigo?. Esta es la parte en la que la soledad ya ni ríe ni solloza, simplemente te deja sola. Es el momento en el que la nada levanta muros, las distancias cortas, largas, sólo son distancias, necesitas una caricia, aunque elijas no necesitarla, te hace falta un calor, una fuerza, y la gritas con todas tus fuerzas siempre en silencio, pero está lejos o cerca, hay una frontera de nada que no te deja sentir la misma cercanía de que está hecha la distancia.
Lo entiendo, pero me sigue faltando amar la libertad...

Me gustaría que fueseis capaz de entender lo que pretenía decir con esta entrada. Quizá lo hubiera hecho mejor siendo más clara, o tal vez no basten las palabras para que os llegue mi mensaje. Pero antes de terminar de susurrar letras, una sola pregunta: ¿sois capaces de miraros al espejo y ver algo más que vuestras narices?

viernes, 15 de diciembre de 2006

El valor y los beneficios de la compasión

Aún cuando hago cosas en beneficio de los demás
No surge ningún sentimiento de asombro o altivez.
Es como alimentarme a mí mismo;
No espero nada a cambio

Shantideva

El Dalai Lama, Tenzin Gyatso, define la compasión como un estado mental que no es violento, no causa daño y no es agresivo. Una actitud mental basada en el deseo de que los demás se liberen de su sufrimiento, asociándola con un sentido de compromiso, de responsabilidad y de respeto hacia los demás.
En la definición de compasión, la palabra tibetana tse-wa representa también un estado mental que implica el deseo de cosas buenas para con uno mismo. Para desarrollar el sentimiento de compasión, puede empezarse por el deseo de liberarse uno mismo del sufrimiento, para luego cultivarlo, incrementarlo y dirigirlo hacia los demás.

Su Santidad aclara que la verdadera compasión no obedece tanto a que tal o cual persona me sea querida como al reconocimiento de que “todos los seres humanos desean, como yo, ser felices y superar el sufrimiento. Sobre la base del reconocimiento de esta igualdad, se desarrolla un sentido de afinidad. Tomando eso como fundamento, se puede sentir compasión por el otro, al margen de considerarlo amigo o enemigo”.
De este modo la compasión se ejerce a partir de la comprensión del sufrimiento. De hecho, la compasión supone por definición, abrirse al sufrimiento del otro, compartirlo. Cuando se ha desarrollado este sentido de la compasión, el ser humano se acerca a los valores universales de paz, humildad y generosidad, desechando los estados interiores negativos que nos conducen a ser infelices.
En años recientes muchos estudios apoyan la conclusión de que el desarrollo de la compasión y el altruismo tienen un efecto positivo sobre nuestra salud física y emocional.
En un conocido experimento, David Mc Clelland, psicólogo de la Universidad de Harvard, mostró a un grupo de estudiantes una película sobre la Madre Teresa trabajando entre los enfermos y los pobres de Calcuta. Los estudiantes declararon que la película había estimulado sus sentimientos de compasión. Más tarde, se analizó la saliva de los estudiantes y se descubrió un incremento en el nivel de inmunoglobulina A, un anticuerpo que ayuda a combatir las infecciones respiratorias. En otro estudio realizado por James House en el Centro de Investigación de la universidad de Michigan, los investigadores descubrieron que realizar trabajos de voluntariado con regularidad, interactuar con los demás en términos dé benevolencia y compasión, aumentaba espectacularmente las expectativas de vida y, probablemente, también la vitalidad general. Muchos investigadores del nuevo campo de la medicina mente-cuerpo han realizado descubrimientos similares y concluido que los estados mentales positivos pueden mejorar nuestra salud física.
Además de los efectos beneficiosos que tiene sobre la salud física, hay pruebas de que la compasión y el cuidado de los demás contribuyen a mantener una buena salud emocional. Abrirse para ayudar a los demás induce una sensación de felicidad y serenidad. En un estudio realizado a lo largo de treinta años con un grupo de graduados de Harvard, el investigador George Vaillant llegó a la conclusión de que un estilo de vida altruista constituye un componente básico de una buena salud mental.
Aunque las pruebas científicas apoyan claramente la postura del Dalai Lama acerca del valor de la compasión, no hay necesidad de acudir a experimentos y encuestas para confirmar la corrección de su punto de vista.

jueves, 14 de diciembre de 2006

El poder de la empatía

Imaginemos a tres personas enfrente de nosotros: una amiga, un enemigo y un extraño. La imagen que tenemos de ellos provoca un cierto estado de ánimo. Del mismo modo que un amigo te hace sentir relajado y seguro, un enemigo te pone incómodo y nervioso, mientras que el extraño (la cajera del supermercado) sólo evoca un desinterés cortés.
¿Qué hay en ellos que te haga sentir de esa manera? Quizás tan sólo un incidente (algo que te dijeron o te hicieron, la forma en que te miraron una vez) pasa a ser un momento definitivo en el que congelamos la imagen como en una fotografía. Con los que conocemos bien, esa imagen es editada y actualizada continuamente; con los que solamente admiramos o despreciamos desde la distancia o con aquellos que no significan nada para nosotros, un breve encuentro los puede encerrar para siempre en una imagen que sólo puede volverse más intransigente con el tiempo. En cada caso, la impresión de la otra persona está basada en la forma en que te hicieron sentir: quieres a los que te hicieron sentir bien, desprecias a los que no, y te importan poco todos los demás.
La forma en que percibimos a la gente refuerza nuestros sentimientos hacia ellos y a su vez, lo que sentimos refuerza nuestra percepción de ellos. La imagen que tenemos de otro es una mezcla confusa de hechos objetivos (nariz grande, usa gafas, está perdiendo el pelo) y nuestras propias ideas sobre él (arrogante, estúpido, ya no me quiere). De manera que, además de ser alguien en sí mismo, esa persona es vista como perteneciendo al reparto de actores de nuestro propio psicodrama privado. Cada vez es más difícil separarlo de la imagen emocional cargada que han formado nuestros propios temores y deseos.

Al reflexionar, podemos descubrir que independientemente de la fuerza de nuestros sentimientos hacia una persona, estos a menudo se basan exclusivamente en la imagen que nos hemos formado de ella. Tal es la naturaleza del prejuicio: dado el color de piel, nacionalidad, religión, etc., sentimos algo inmediatamente sobre una persona.

El modelo de empatía-altruismo defiende que el ver a otra persona que necesita ayuda puede provocar, no sólo un estado de activación desagradable, sino también una respuesta emocional de preocupación empática por lo que le ocurre al otro que mueve al individuo a actuar, no para reducir su propio malestar, sino para aliviar la necesidad del otro.

Aunque no nos gusta que nos digan que el ser humano es egoísta por naturaleza, lo cierto es que ésa es la opinión de la mayoría de la gente en nuestra cultura y ésa ha sido también la postura tradicional en Psicología social.

Desde las teorías del aprendizaje se sostiene que la gente ayuda para obtener
recompensas, ya sea de la persona que recibe la ayuda, o de otros (reconocimiento social) o de uno mismo (orgullo). Por ejemplo, existe la hipótesis de que el individuo ayuda por un deseo de compartir la alegría del otro al recibir la ayuda.
Baston demostró que los sujetos empáticamente motivados ayudan incluso cuando creen que no podrán saber las consecuencias finales de su acción, mientras que los demás sujetos sólo ayudaban cuando se les decía que conocerían el resultado de su acción para el receptor de la ayuda.
También se ha dicho que resulta más reforzante para la gente ayudar ellos mismos que dejar que otro lo haga. Según los resultados de Batson y sus colaboradores, los sujetos empáticamente motivados se sienten bien cuando saben que la víctima ha recibido ayuda independientemente de si se la han dado ellos u otra persona.

Otra característica de la motivación empática que la distingue de otras como la de alivio del estado negativo es que la preocupación empática por una persona no se generaliza a otras situaciones. Esta demostrado experimentalmente que los sujetos empáticamente motivados ayudaban a una persona necesitada cuando su acción contribuía a aliviar el problema de esa persona, pero no cuando la ayuda se refería a otro problema que no tenía nada que ver. Es decir, no vale cualquier tipo de ayuda, sino sólo aquella que contribuya a resolver el problema que ha provocado la preocupación empática del individuo.

Existe, por tanto, una cantidad considerable de evidencia empírica que sugiere que, por lo menos, tenemos la capacidad de comportarnos movidos por sentimientos no puramente egoístas. El que manifestemos o no esa capacidad depende probablemente de muchos factores, pero la tenemos. En cualquier caso, el hecho de que se haya podido demostrar experimentalmente la existencia de una motivación altruista abre una brecha importante en la tradición psicológica defensora del egoísmo y el hedonismo como único móvil de la acción humana.

Be tinto amigo

miércoles, 13 de diciembre de 2006

Concebir el altruismo

¿Por qué hay tanta confusión en el campo del altruismo? Las personas actuamos, en ciertas ocasiones, dejándonos llevar por la bondad de nuestro corazón, hacemos cosas por los demás sin esperar que nos den nada a cambio, y, en efecto, a veces no nos lo dan. A esta clase de conducta le llamamos altruismo.
El Diccionario de la Real Academia define altruismo corno «esmero y complacencia en el bien ajeno, aun a costa del propio, y por motivos puramente humanos». En definitiva, el altruismo es una actitud de servicio aceptada y querida de buen grado.
La palabra altruismo fue introducida en el lenguaje científico y filosófico por A. Comte, queriendo oponerla, quizá más nominal y verbalmente que real y sustancialmente, a la idea del egoísmo.
Comte señala como móvil determinante de todos nuestros actos, por encima del interés individual y egoísta, el culto del interés general, y el de la humanidad presente y futura, de este gran ser colectivo «que ahonda sus raíces en las desconocidas profundidades de lo pasado, abraza el presente y penetra en lo insondable e infinito del porvenir». A estas inclinaciones, que tienen por fin el bien de otro, refiere Comte el nombre de Altruismo.
La unidad espiritual entre los hombres de la que parte Compte como justificante del altruismo no cómo un placer individual y egoísta, sino como una doctrina que parte de un conjunto de sentimientos sociales basados en el amor, el orden y el progreso universal de la humanidad, es compartida por una filosofía que parte del propósito de posibilitar el perfeccionamiento de los seres humanos ayudando a los otros a ser felices, el Budismo.
Los budistas se esfuerzan por ayudar a otros en el nivel más básico y esencial de la vida, de aquí que los beneficios que obtiene el que ayuda ocurran en un nivel más profundo y fundamental. Así, en la práctica budista, el altruismo es parte esencial e inseparable de la conducta humana, que partiendo de la compasión, entendida como una actitud mental basada en el deseo de que los demás se liberen de su sufrimiento, resulta indispensable para el desarrollo espiritual de los seres humanos.

¿Qué buscamos al ayudar a los demás?

Entender el altruismo como el deseo desinteresado de ayudar a los demás nos lleva a plantearnos hasta que punto es cierta esta definición. En el budismo el amor fraternal, la tolerancia y la indulgencia se aplican a todos los seres vivos por igual; enseña una conducta de ayuda de orden natural que busca tanto la felicidad individual como la colectiva. Sin embargo, el individuo se puede ver empujado a una conducta egoísta derivada de una errónea percepción del yo, como podría ser el ayudar a los otros buscando una recompensa o quizá una aprobación que le haga sentir satisfecho. Por otro lado, los estudios en psicología social con respecto a la conducta de ayuda vienen a demostrar que las personas tienden a comportarse de manera que esperan lograr lo más agradable para sí mismas, obviando en última instancia, el beneficio que supone su comportamiento para con el otro.
Así nos encontramos con ciertas teorías que nos enseñan la parte hedonista del comportamiento social como lo son la teoría del intercambio social, la teoría de la equidad y la teoría del motivo de justicia.

lunes, 11 de diciembre de 2006

¿Me echas una mano?


Desde pequeños se nos enseña que debemos ser “buenos” y ayudar a los demás, como lo hacen los protagonistas de los cuentos o fábulas infantiles, que siempre triunfan sobre los “malos”. Al principio no entendemos muy bien por qué, pero poco a poco vamos comprobando que ayudar a los demás no está tan mal después de todo: uno se siente bien cuando consigue que otro deje de sentirse mal, y si encima van, y nos lo agradecen, mejor que mejor. Sin embargo, si nos planteáramos recordar cuántas veces ofrecemos nuestra ayuda frente a las ocasiones en las que no lo hacemos o nos mostramos pasibles ante una persona que nos la pide, nos daríamos cuenta de que estas últimas actitudes se imponen en nuestra conducta.
Formamos una sociedad en la que priman los intereses y la obtención de beneficios individuales sobre el bienestar social. La concienciación de cooperación y desarrollo se relativiza a los organismos pro-pacíficos y solidarios, obviando en última instancia que unos y otros vivimos y convivimos sobre el mismo suelo, y relegamos la responsabilidad sobre situaciones de desamparo, pobreza, guerra o cualquier otro estado negativo, a los que al fin y al cabo mueven los hilos de “nuestro destino”. Egoístas incluso con nuestro entorno, actuamos como si la persona que nos pide una moneda por la calle fuese una amenaza hacia nuestra felicidad, y en muy pocas ocasiones accedemos a prestarle una moneda, para limpiar nuestra conciencia sintiendo el placer que proporciona la ayuda.

La fina línea que separa la conducta verdaderamente altruista de aquella que se ve condicionada por una serie de “recompensas” o “beneficios” personales ha sido objeto de estudio no sólo para los psicólogos sociales ,sino también para ciertas filosofías orientales, entre éstas, el budismo.

Durante los próximos días reflexionaré sobre el descubrimiento de este valor innato de interconexión entre las personas, la capacidad de ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. Analizaré las formas y actitudes que influyen en la conducta altruista desde el punto de vista occidental,y exploraré las claves de la “práctica para los otros” de los budistas, en donde el valor de la estimación y compasión por los demás constituyen el propósito para la consecución de un mundo más unido, y por tanto, más feliz.

lunes, 4 de diciembre de 2006

La felicidad del sexo



Séneca, en "Sobre el placer y la felicidad"(capítulo 6) dice: " Es feliz el que tiene un juicio recto; es feliz el que está contento con las circunstancias presentes, sean las que quieran, y es amigo de lo que tiene; es feliz aquel para quien la razón es quien da valor a todas las cosas de su vida. Los mismos que dijeron que el sumo bien es el placer, ven en qué mal lugar lo habían puesto. Por eso niegan que se pueda separar el placer de la virtud, y dicen que nadie puede vivir honestamente sin gozo, ni gozosamente sin vivir también con honestidad. No veo cómo pueden cinciliarse estas cosas tan diversas. ¿Por qué, decidme, no puede separarse el placer de la virtud?".


Esta introducción, que quizá penseis tenga poco que ver con el tema del que os hablo a continuación, viene a cuento de una pequeña reflexión sobre la importancia de la sexualidad en nuestra búsqueda de la felicidad. Al experimentar placer tendemos a ser más felices. Estamos más receptivos y mucho más agradables en el trato con los otros.
Y coincidiremos en que el sexo es una de las formas más sanas y satisfactorias de obtener placer. Sin embargo sigue siendo un tema tabú en nuestra sociedad a pesar de la nueva concepción de la sexualidad y la adaptación a los nuevos modelos de relaciones.

"Nadie puede vivir honestamente sin gozo".
Sexualmente existen una serie de disciplinas que se ocupan de convertir la práctica sexual en una especie de espiritualidad, como por ejemplo el sexo Tántrico o el Taoísta
. Según estas prácticas la ausencia de placer es lo que trae sufrimiento.
Yo no exageraría tanto( por lo del sufrimiento) pero creo que la privación del placer corporal repercute en el estado de ánimo de las personas. Incluso me atrevo a decir que l
a sexualidad mantiene una estrecha relación con la salud.

Aún así, el goce del sexo no es conocido por todo el mundo, bien porque siguen existiendo muchos prejuicios en torno al tema o bien por circunstancias personales que no permiten disfrutarlo. No obstante, eliminando estos obstáculos el placer sexual puede llegar a convertirse en algo indescriptible que, además, nos beneficie emocionalmente.

No podemos negar que unas buenas relaciones sexuales potencian la estabilidad en pareja. Y para que éstas sucendan hay una serie de condiciones que se hacen indispensables para lograr esa ansiada felicidad. Intimidad, confianza, afecto, complicidad, respeto; y algo que también tiene su peso en las relaciones sexuales: intensidad. Todos estos factores unidos propiciarían el placer ese placer del que no podemos desprendernos. Y podría añadir que el sexo apasionado dentro de una relación responsable da como resultado una infinita felicidad.

¿Qué os parece? Es hora ya de apartar prejuicios y miedos y experimentar esa felicidad tan sana que proporciona el sexo.


(Quiero dejar claro que en toda la entrada hablo desde el amor )